Ramón Alejos, ha vivido grandes cambios en la pesca industrial. Hoy, su principal preocupación es el futuro de la anchoveta, esencial para su trabajo y el de miles de pescadores como él.
A sus 66 años, Ramón Alejos Delgado lleva más de medio siglo en el mar. Desde los 12 años, este pescador se ha dedicado a la actividad que considera su vida y sustento. Actualmente, trabaja como motorista en una lancha de pesca industrial de anchoveta con capacidad para 110 toneladas, bajo la empresa pesquera Marmar. Su labor se enfoca exclusivamente en la captura de anchovetas adultas, aquellas que alcanzan un tamaño mínimo de 12 centímetros, destinadas principalmente a la producción de harina y aceite de pescado, productos que son clave no solo para la industria pesquera, sino también para la economía peruana en general.
Dedicarse a la pesca de anchoveta es una experiencia única. Las horas de pesca son impredecibles; a veces salen al mar a la medianoche y, si tienen suerte y encuentran los cardúmenes, en solo dos o tres horas capturan entre 100 y 200 toneladas. Sin embargo, no siempre es así. Hay días en los que pueden estar todo el día en el agua y no encontrar nada, lo que hace que cada salida sea una verdadera incertidumbre.
La anchoveta es, de hecho, un pilar fundamental de la economía marítima del Perú. Este pequeño pez sustenta a miles de familias, entre las que se encuentran los pescadores industriales como Ramón, cuyas actividades generan ingresos significativos y contribuyen a la exportación de productos derivados, especialmente a mercados internacionales que dependen de estos recursos para la alimentación animal y otros sectores. Es un sector que, a pesar de su importancia, enfrenta constantes desafíos relacionados con la sostenibilidad y las condiciones del mar.
“El precio lo establece la empresa. Todo está regulado, incluso el tamaño de las capturas. Si el pez mide menos de lo permitido, no lo podemos pescar, salvo excepciones”, explica Ramón, destacando que la tecnología actual reduce los descartes y permite un monitoreo más riguroso. Las embarcaciones cuentan con dispositivos de vigilancia satelital que indican las zonas de veda y garantizan el cumplimiento de las normas.
Sin embargo, las limitaciones que enfrenta la pesca industrial no son pocas. Ramón relata que la actividad está limitada a dos temporadas al año y depende de diversos factores, como el clima. Además, durante un buen mes, un pescador puede ganar hasta 3,000 dólares, pero los periodos de inactividad generan incertidumbre económica.
Cuando hay mucho viento o el oleaje es fuerte, no podemos salir. Ahora estamos en veda, y mientras tanto, muchos se las ingenian taxeando o vendiendo cosas. De la anchoveta vivimos miles de pescadores.
El fenómeno de El Niño, con sus aguas cálidas, también afecta gravemente la actividad. “La anchoveta es de agua fría, y cuando el mar se calienta, desaparece. Sin pesca, no hay trabajo”, lamenta. Esta vulnerabilidad de la anchoveta a las variaciones climáticas pone en evidencia la fragilidad de una industria que es tan crucial para la subsistencia de muchos.